Muchas personas piensan que la Biblia es un libro complicado, aburrido, desfasado o incomprensible. Sin duda nunca han abierto este libro, o apenas lo han hojeado. Quizá también lo asocian con aquellos que apelan a él, pero que no viven conforme a lo que él enseña. Entonces miran la Palabra de Dios con mala cara, desconfiando de todo lo que se llama cristiano.
A pesar de los prejuicios de algunas personas, la Escritura es el mensaje de un Dios que nos ama, es un maravilloso alimento para el alma, un guía seguro e infalible para aquel que desea una existencia armoniosa. Desde la primera línea anuncia a los hombres una gran y tranquilizadora noticia: no están solos en la inmensidad del universo. Dios existe, es el autor de toda la creación y ama profundamente al hombre, pese a sus extravíos.
Ante la variedad de problemas que acosan a nuestra generación, el optimismo y los esfuerzos de aquellos que aún creen poder cambiar el curso de las cosas ya no bastan. Frente a sí mismo y a su problema, el hombre mide su impotencia y la profundidad de su soledad. Constata la vanidad de sus esfuerzos, la insuficiencia de su voluntad y la fragilidad de su condición.
Entonces, qué felicidad conocer, por “las Sagradas Escrituras”, que Dios vela sobre nosotros con paciencia y amor, que su infinita bondad es una realidad visible, que su justicia tendrá la última palabra, y más aún, que él dio a su Hijo Jesús para demostrarnos su amor de modo indiscutible.
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