A la edad de treinta y cuatro años, Florence Chadwick, hija de un agente de policía de San Diego, California, ya había alcanzado un buen número de metas envidiables. Había aprendido a nadar a los seis años de edad, y cuando tenía sólo diez años fue la primera menor de edad en cruzar a nado el Canal de la Bahía de San Diego. A los treinta y dos años de edad batió el récord de mujeres establecido por Gertrude Ederle al nadar los treinta y dos kilómetros del Canal de la Mancha desde Francia hasta Inglaterra en trece horas y veinte minutos. Un año más tarde llegó a ser la primera mujer que lograra atravesar a nado ese canal en ambas direcciones, esta vez desde la costa británica hasta la francesa. Ahora a los treinta y cuatro años de edad, sólo ocho meses después, se había puesto la meta de ser la primera mujer en nadar desde la isla de Santa Catalina hasta la costa de California al sur de Los Ángeles.
En una de las naves acompañantes su madre y su entrenador no dejaban de animarla. «Falta poco para que llegues a la meta; ¡no te des por vencida!», le gritaban. Pero Florence sólo podía ver la niebla, y decidió, por primera vez en la vida, abandonar la travesía. Pidió que la sacaran del agua, pues no tenía modo de saber que le faltaba menos de un kilómetro para llegar al otro lado.
Algunas horas después, mientras su cuerpo aún se descongelaba, Florence le explicó a un reportero: «Mire, no es por disculparme ni nada, pero si hubiera podido ver la orilla, podría haber llegado.» Lo que la derrotó no fue la fatiga ni el agua helada sino la niebla, pues ésta le impidió ver la meta final.
A los dos meses volvió a intentarlo. Esta vez, a pesar de la misma densa niebla, nadó con la meta fijada en su mente, y no sólo nadó los treinta y cuatro kilómetros completos del Canal de Santa Catalina, siendo la primera mujer en lograr esa hazaña, sino que batió todos los récords anteriores de velocidad al hacerlo en trece horas y cuarenta y siete minutos, ¡ganándole por dos horas al hombre más veloz hasta ese entonces!
Así como a Florence Chadwick la animaron su madre y su entrenador, también a nosotros nos anima San Pablo a que sigamos avanzando hacia la meta.1 Pero la meta nuestra, a diferencia de la de Florence, no consiste en ser los primeros en llegar al otro lado ni en batir el récord de quienes ya hayan llegado, sino sólo en perseverar hasta el fin. Fijemos, pues, la mirada en Jesucristo, el autor y consumador de nuestra fe,2 para así poder decir algún día, al igual que el sufrido apóstol: «He terminado la carrera, me he mantenido en la fe.»3
1 | Fil 3:14 |
2 | Heb 12:2 |
3 | 2Ti 4:7 |
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